La memoria familiar guardada en películas caseras que el tiempo destroza. A ellas he acudido en estas semanas de aislamiento. Las he etiquetado. Las he ordenado y desordenado. Las he editado. He creado, a partir de algunas de sus imágenes, una suerte de autorretrato feliz en nueve minutos.
Rescato algunos apuntes que anoté mientras revisaba las cintas:
“Aunque tratamos de atraparlos en tarritos de cristal, los recuerdos se queman, desaparecen. Por eso estos vídeos son un tesoro, hermana, porque nos devuelven a momentos mínimos pero veraces de nuestra infancia. […] Me gusta mirar esta escena. De todas, es mi preferida. Papá busca a mamá a través del espejo. Se miran. Ella prepara el biberón mientras yo me encargo de ti. Te beso. Te quiero. […] Mamá y yo nos miramos y miramos a cámara varias veces. Incluso tú, tan pequeña, lo haces. Miramos a papá, en realidad, que se asoma al visor. De alguna manera, aún sin saberlo, estamos saludando a un futuro que es exactamente ahora”.
Resulta emotivo encontrarse con uno mismo en un pasado casi del todo olvidado.