Cuando rescatamos las viejas cintas familiares hace unos meses, quise asomarme a ellas, buscarme en ellas, pero no lo hice. No en profundidad. Tal vez por el vértigo del quehacer diario. Tal vez por temor a enfrentarme a unos recuerdos casi del todo olvidados y lo que estas imágenes me pudieran generar. Probablemente habrían pasado años hasta que me hubiera metido de lleno en estas cintas con los ojos limpios y la pausa necesaria, sin embargo el confinamiento derivado de la pandemia me ha ofrecido las coordenadas vitales precisas para hurgar en esta brecha.
Durante las primeras semanas de reclusión estos vídeos fueron mi ocupación diaria. Mirarlos, etiquetarlos, ordenarlos suponían una vía de escape a la psicosis que me perseguía. Pensar en ellos me hizo sentirme mejor y estar más cerca de mis padres y de mi hermana. Supongo que este ejercicio introspectivo -buscarse insistentemente en archivos videográficos- haya sido una tarea común en estos meses inciertos.
Por esto mismo considero que De las fauces del dragón aunque es un cacho de mi propia historia podría ser el cacho de la historia de cualquiera. No es mi trabajo más original -pese a que relate una vuelta al origen-, pero sí el que necesitaba realizar en estos momentos. He procurado huir del strip-tease emocional. También he querido guardarme algo para mí mismo. Por eso es un documento sin música ni sonido. Cine mudo, imagines que corretean. Para que cada cual le añada la banda sonora que le apetezca.