He recibido la carta de un poeta que ha leído Velódromo. Me habla del discurso ético y comprometido con la condición del ser humano de mi obra, de la gravitación estética del lenguaje utilizado, “abierto, atento tanto a lo vertical como a lo raso”. Comenta el vitalismo de los textos, pese a sus zonas oscuras, e insiste en el sentido del humor que tamiza el sentido trágico de mi escritura”.
También escribe algo sobre la “deliberada búsqueda de la frivolidad y el artificio ante la imposibilidad de toda certeza”. Agradezco sus palabras, y las comparto desde el anonimato. Me quedo, además, con lo que se infiere: Se ha detenido en el libro, más allá del pezón velado de la portada.
No siempre sucede.